
Este año mi vida ha dado un giro completamente inesperado. Tras graduarme con honores en ecología de la vida silvestre y luego dedicar un año de mi vida a la enseñanza en una zona desatendida, he pasado los últimos 8 meses viviendo en una zona rural de Costa Rica. ¿Y por qué te preguntarás? ¡Por la conservación de las guacamayas! Tuve la suerte de hacer una pasantía en la Red de Recuperación de Guacamayas, una organización de conservación con sede en Costa Rica dedicada a la conservación de las guacamayas verde y roja, dos especies en peligro de extinción. Ambos loros son autóctonos de Costa Rica y se enfrentan a las amenazas de la destrucción de su hábitat y la caza furtiva.
Realicé mi pasantía en el centro de cría de Islita, un pintoresco pueblito enclavado entre los hermosos bosques y playas de la provincia de Guanacaste. El centro de cría está en un lugar aislado, rodeado de bosque, y a menudo nos visitaban pizotes, monos, tamandúas, iguanas (o garrobos, como se les llama en Costa Rica) e incluso algún margay, un escurridizo felino salvaje. Con más de 100 aves en el lugar, los cantos de las guacamayas se combinaban con la sinfonía de las chicharras y las urracas para llenar mis días de una magnífica cacofonía de sonidos. Llegué a principios de enero, bien entrada la estación seca; no había llovido en muchos meses. Sin embargo, con el verdadero espíritu de la «pura vida», el respiro llegó en forma de agua de coco fresquita, recogida con nuestras manos en las orillas cercanas. Así fue como comencé esta aventura que duraría casi un año.
Mi objetivo al comenzar esta pasantía era profundizar en los enigmas del comportamiento, la anatomía, la cría y el cuidado de los loros. Fue un viaje que emprendí a diario, desde proporcionar a las aves dietas adaptadas, mantener los aviarios, elaborar un entorno enriquecedor y aprender a cuidar de los polluelos a medida que crecían. Las visitas mensuales del veterinario resultaron, cuando menos, esclarecedoras, ya que aprendí de todo, desde los cuidados básicos de los loros hasta casos más especializados, como la extirpación de quistes, la alimentación por sonda, la recogida de muestras y la administración de medicación y anestesia. Sin embargo, la parte más fascinante y gratificante de mi pasantía fue llegar a conocer a cada ave. Las guacamayas son increíblemente inteligentes y cada una tiene su propia personalidad, un hecho que se hizo aún más evidente a medida que el temperamento y las necesidades de las aves cambiaban a lo largo de las distintas etapas de la temporada de cría. Fue mágico abrir el nido para ver el primer huevo que se había puesto y, aún más, ¡encontrar el primer polluelo que había salido del cascarón! (Haz clic aquí para ver de cerca a los polluelos de esta temporada)
Cuando no estaba cuidando de los pájaros, ocupaba mi tiempo con muchas otras cosas. Buscaba serpientes (¡y encontré MUCHAS!), aprendí a hacer surf y practiqué mucho español. Viví y conocí a un curioso grupo de personas de diferentes países y orígenes, y a menudo pasábamos el tiempo tomando café juntos en la pulpería local. ¡Incluso pasamos una noche viendo tortugas marinas desovando en la playa!
En general, mi pasantía en MRN fue ardua, pero increíblemente satisfactoria. Logré mi objetivo de comprender el comportamiento y los cuidados de los loros y fui testigo de cómo maduraron muchos polluelos hasta que estuvieron listos para volar. Sin embargo, mi experiencia en MRN me ofreció algo más que conocimientos sobre loros: contribuí a auténticos esfuerzos de conservación y tuve un impacto tangible. Mis experiencias aquí me acompañarán toda la vida.
Kira Cates
Pasante Graduada del Centro de Cría
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